Mi héroe

La vida es como una partida de dominó.

El azar te entrega las fichas con las que vas a jugar, pero la clave está en la gestión que haces de ellas y la compañía con la que afrontas la partida.

La vida misma.

En mi partida, me han tocado todo tipo de piezas, algunas mejores y otras más complicadas. Pero he tenido la suerte de tener un buen compañero de juego: mi padre.

 

Dicen que nuestra personalidad se forma en base a los recuerdos que nos dejan marcados de alguna manera. A esos recuerdos los llaman «recuerdos primitivos». Momentos que se almacenan en nuestra memoria y que siempre están ahí, tal vez para recordarnos de dónde venimos, qué queremos ser y qué somos.

Si cierro los ojos, y busco entre los recuerdos primitivos de mi infancia, me traslado a una noche calurosa de verano. Esa noche escucho gritos en casa y me despierto. Aparece mi padre y me saca de mi cama envuelto en una manta para que las llamas que destrozaban nuestra casa y todo lo que durante años habían conseguido construir, no les dejara sin lo más valioso: sus hijos.

Ahora que soy padre y veo en los ojos de mis pequeños a ese niño que un día fui, me doy cuenta de lo afortunado que era. Dicen que cada niño que nace, lo hace con una estrella. Yo tuve la suerte de seguir la estela de dos que iluminaban mi camino. Mostrándome que siempre hay una salida. Que siempre es posible levantarse ante la adversidad, por muy jodida que sea la situación. Mis padres representan todo lo que quiero ser para mis hijos; un ejemplo de superación continua ante la adversidad.

Cuando el amor es la base de una familia, no habrá obstáculo material que la separe.

Hay veces que las fichas te dicen: «No hay trabajo» y tienes dos opciones: Te hundes o te levantas. Mi padre siempre se levanta. Y si hay que cambiar de ciudad, se cambia. Por que al final, todo saldrá bien, y si no sale bien, es que no es el final.

Mirar cara a cara a la incertidumbre y decirle «aquí estoy para ganarte la siguiente partida», también lo aprendí de mi padre.

Hay que ser padre para saber lo que se quiere a un hijo. Si mi padre pudiera ver y sentir lo que yo siento, se haría una idea de lo mucho que lo admiro.

Porque hay partidas y partidas.

Y si la partida dice: tienes CÁNCER. Tu juegas, pones tu mejor sonrisa, y ganas.

Dicen que «no todos los héroes llevan capa».

Ni falta que te hace, papá.

 

 

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